Publicado en la revista Hágase Estar nº 49, diciembre 1982.
La única actitud acertada ante la Cruz es acogerla cantando
Es la noche del 3 de Diciembre de 1577. Ávila. Ha nevado. La tierra, más blanca que el cielo, irradia luz difusa, plateada, como de luna llena. Fray Juan descansa en dura tarima; ruidos sospechosos le hacen levantar. Un carmelita, rodeado de gente armada, se abalanza sobre él, le sujeta violentamente y le saca de la habitación maniatado; le dice que se dé por preso.
Juan, sin alterarse, con la paz de quien nada teme, le responde:
—«En hora buena. Vamos».
Le sacan de las murallas de la ciudad… y llegan a Toledo. Pasa dos meses en la celda de castigo que le han preparado en el propio convento, Y siete más en un rincón corto y estrecho, sin cama ni mesa, donde no entra el sol ni se ve el cielo.
Juan no protesta ni se queja. Su carcelero asegura:
—«Jamás, jamás le oyó este testigo quejarse de nadie ni culpar a nadie, ni le vio acuitarse ni llorar su suerte».
Los frailes «calzados» no aceptan la reforma de la Orden iniciada por la «andariega» de Ávila y que Juan está secundando. La contemplan como un enemigo que se cierne ante ellos amenazador. No es difícil descubrir en el corazón sensible del poeta místico el dolor: son hermanos suyos en vocación quienes han roto las reglas de la delicadeza y se han mostrado tan rudos con él; los mismos con los que cantas veces ha compartido ilusiones y proyectos, penas y sinsabores, Le acosan y persiguen aquellos que más debían amarle.
Si penetramos en el alma de Juan, en sus sentimientos en este «ahora» en que la Cruz cae desnuda sobre sus espaldas, descubriremos horizontes insospechados:
Apenas tiene 35 años y ya ha profundizado en el misterio del sufrimiento, de la noche, Juan no se altera —«no es voluntad de Dios que el alma se turbe de nada»—, no teme, no protesta ni se queja, no culpa a nadie, no llora su suerte. La paz bucea en su alma y arrastra tras de sí el gozo. Sí, Juan no está triste.
Entonces, ¿no siente el dolor, no se rasga su corazón…? ¿No es un ser humano? ¡Ya lo creo que sí!: su razón no aprueba lo que le sucede y no lo ha buscado; y sufre, sí, sufre porque «das cosas que no dan gusto, por buenas y convenientes que sean, parecen malas y adversas». Su corazón no es de piedra, la delicadeza de su psicología es modélica, Las astillas se clavan en su alma; pero son astillas de la Cruz, y sabe con S. Pablo que la cruz de Cristo es necedad sólo para los que van por caminos de perdición, pero poder de Dios y sabiduría de Dios para los que acogen la llamada a la salvación. Como la sabiduría humana no capta esta sabiduría divina, quiso Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación de la Cruz. «Los judíos piden milagros, los griegos sabiduría (humana), nosotros predicamos a Cristo-crucificado, escándalo y locura para ellos, pero poder y sabiduría de Dios»; porque la locura y la flaqueza de Dios es más sabia y poderosa que los hombres.
Juan Pablo II nos dice: «Es la alianza con la Sabiduría divina la que debe de ser más profundamente reconstituida en la cultura actual» (1). Desde su experiencia, Juan de la Cruz nos dice: «para entrar en las riquezas de la Sabiduría de Dios la puerta es la Cruz». Lo que le sucede es a causa de Cristo, por tanto está crucificado con Cristo; y Juan cree profundamente que Jesús vino al mundo, no a suprimir, ni siquiera a explicar el sufrimiento, sino a llenarlo con su dulce presencia.
Las leyes del espíritu humano no están derogadas y nos impulsan a la felicidad, ¿Cómo compaginar esta verdad con la verdad sobre el hombre que nos trae Cristo-crucificado: que la sabiduría de Dios consiste en predicar y vivir la Cruz?
«Ante la cruz puede haber dos actitudes, ambas peligrosas. La primera consiste en tratar de ver en la cruz lo que tiene de oprimente y penoso hasta el punto de deleitarse en el dolor y en el sufrimiento como si tuviesen valor en sí mismos. La segunda es la de quien rechaza la cruz y sucumbe a la mística del placer o del poder, Un gran autor espiritual hablaba de aquellos que se adhieren a una cruz sin Cristo, en oposición a quienes parecen querer un Cristo sin Cruz… Ahora bien, el cristianismo sabe que el Redentor del hombre es un Cristo en la Cruz; y, por tanto, ¡sólo es redentora la cruz con Cristo!» (2).
Vivir EN LA CRUZ, pero CON CRISTO, ¡Ahora sí!; ahora, la cruz desnuda, áspera, nada atrayente, se ha revestido —¡misterio impresionante!— de la felicidad misma, Jesús, nuestro Dios,
«La Cruz es símbolo del sufrimiento que conduce a la gloria». Sí, la Cruz es un martirio que nos trasplanta a los valles de la felicidad. Es más, es el único camino, la única puerta que nos introduce en los encantos del bien que ansia nuestro corazón:
«Quiero deciros que la Cruz es el signo de esperanza para el hombre de todos los tiempos… Por eso, ¡mirad a la Cruz! En ella estáis llamados a la única esperanza de vuestra vocación» (3): que es vivir para siempre en el seno de la felicidad.
Eduardo Laforet
Oración de Juan Pablo II;
«Acoge, ¡oh Dios!, a aquellos que aceptan la cruz; a aquellos que no la entienden y a aquellos que la evitan; a aquellos que no la aceptan y a aquellos que la combaten con la intención de borrar y desenraizar este signo de la fierra de los vivientes» (4).
Notas: de Juan Pablo II
(1) — Familiaris consortio, nº 8
(2) — Homilía en la explanada de la Catedral de Brasilia: 30-VI-1980
(3) — Homilía en la explanada de la Catedral de Brasilia. 30-VI-1980
(4) — Alocución en el Viacrucis. 4-IV-1980