Infancia y juventud
Eduardo nació el día dieciocho de junio de 1957 cerca de San Cugat del Vallés (Barcelona); sus padres, Eduardo Laforet y Consuelo Dorda, residen allí por cuestiones laborales y pronto se trasladarán definitivamente a Madrid. Es el segundo de seis hermanos, para los que es el «Tato».
Su hermano Javier, en la magnífica biografía que escribió[1], nos cuenta detalles de su vida que expresan su generosidad y profundo sentido cristiano. El deseo de ser santo no era ajeno a sus ilusiones juveniles. Hablará de 1970 como el año de su primera conversión. Su familia sintoniza plenamente con sus ideales. Encuentra una gran ayuda en los libros que su padre tiene en la biblioteca. En la revista Hágase Estar de experiencias apostólicas encontramos un artículo firmado por Consuelo Laforet lleno de celo misionero, es de agosto de 1979.
Dios le llamó a ser pastor de su Iglesia, pues veía a las gentes «andar como ovejas sin pastor». Recordaba él hasta la baldosa del pasillo de su casa donde recibió esta gracia, después de haber leído en el libro de san Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, el «Principio y Fundamento» y la meditación de la Encarnación. Comenta con sus padres su deseo de ser sacerdote pero sigue de momento con los proyectos ya establecidos de estudiar Veterinaria.
Solía ir a misa también entre semana; un día al salir un joven le invita a una reunión que tenían allí mismo en la parroquia, es la ocasión en que conoce la Milicia de Santa María. Más adelante conoce a su fundador el P. Tomás Morales y participa asiduamente en las actividades que organiza. Practica los Ejercicios Espirituales ignacianos y ve confirmadas sus ilusiones. Era el año 1973. Desarrolla así su vocación cristiana en la Milicia de Santa María: “círculos de estudio” cada semana, misa de Santa María los sábados, retiros mensuales de un día completo, “jornadas de oración y estudio” durante la Semana Santa, campamento en verano, además de un plan personal de oración y formación cristiana.
Cruzado de Santa María
Sus deseos de entrega total a Dios le llevan a consagrarse en el Instituto Secular Cruzados de Santa María el 8 de diciembre de 1976. El P. Tomás Morales, que recoge sus confidencias, expone a sus padres la posibilidad de iniciar su preparación al sacerdocio realizando primero estudios de Humanidades.
Es por eso que interrumpe los estudios de Veterinaria y a partir de 1976 lo encontramos en Pamplona donde permanece hasta 1981. Son varios los que conviven llevando un plan de formación; son profesores de Enseñanzas Medias y estudiantes, todos ellos miembros del instituto y algún otro simpatizante. El curso 78-79 se inaugura la residencia “Iranzu” con más capacidad que los apartamentos anteriores y acogerán también a un grupo reducido de estudiantes sin vinculación al movimiento apostólico.
1978 es para la Iglesia el inicio del ministerio de Pedro de Juan Pablo II. Eduardo lo vive con entusiasmo. Ve la necesidad de orar y ofrecerse por el Papa y adopta el lema de su pontificado como propio: “Totus tuus” “¡Todo tuyo, María!”. Ese año, tras una docena de episodios de dolor intenso, sufre una intervención quirúrgica que le hace identificarse con san Francisco de Asís, el llagado de amor. “No faltan cosas que ofrecer por el Papa” dirá él.
El trece de mayo de 1981 será el momento decisivo de su vida, al ofrecerse por el Papa agonizante tras el atentado que sufrió. El 8 de diciembre de 1980 había hecho su consagración en seguimiento radical de Cristo según los consejos evangélicos y sentía su vida sólo de Dios. El mensaje de Fátima será decisivo en la expresión de este deseo. Un trece de mayo, inicio de las apariciones de Santa María a los tres pastorcitos, fue la fecha en que se había ordenado sacerdote el P. Tomás Morales y tuvo siempre presente el mensaje de la Virgen como síntesis de vida evangélica: llamada a la conversión, cumplimiento del deber, apostolado, ofrecimiento personal, reparación. Aquella tarde del atentado hace su ofrecimiento ante Jesús en el Sagrario como tantos católicos a lo largo y ancho del mundo hicieron. En Burgos ese mismo día el Padre Morales predica en la catedral durante la misa conclusiva del Gran Rosario de la Aurora que cada año se celebraba en este día, haciendo caer en la cuenta de la necesidad de nuevos mártires que den testimonio del amor de Dios sobre todas las cosas. Este momento quedará reflejado en su obra Laicos en marcha que en 1984 verá la luz en su tercera edición[2]. En una carta de 14 de mayo del 1977 encontramos la recepción de Eduardo a las indicaciones del P. Tomás Morales: «Me he dado cuenta en este mes de mayo lo que la Virgen nos quiere (…) quiere que vivamos ese mensaje de Fátima, tan evangélico, como nos decía el Padre en la carta.»
En Burgos
Al comenzar el nuevo curso se traslada a Burgos donde otros miembros de su instituto también se preparan para el sacerdocio. Aquellos años tuve el privilegio de convivir con él y comprobar lo que me escribía el que fue su formador durante esos años: “No creo que me engañe si te digo que el P. Eduardo ha vivido en pocos meses toda la plenitud de su vocación, que todos tendremos que hacer en largos años”. Estudiábamos en la Facultad de Teología y vivíamos en varios pisos. En ocasiones puntuales nos reuníamos con el P. Emiliano Manso, sacerdote cruzado, al que el P. Morales y Abelardo le habían encomendado el grupo que nos preparábamos al sacerdocio y que residía en Madrid. En estas ocasiones teníamos charlas de formación o retiros espirituales, aparte de la charla personal siempre insustituible.
En todos estos años sus estudios los llevó con brillantez. Por su genio vivo e inteligencia despierta tuvo que ser exhortado a completar su testimonio de la trascendencia con el testimonio de la misericordia haciéndose todo a todos. El deseo de saber lo atemperaba con el sentido práctico de comunicar lo aprendido.
«Sólo Dios» fue lema de su vida, su único propósito, la única orientación de su espíritu; y con un corazón purificado portador de una misión, su parte en la misión de la Iglesia a la medida del don de Cristo. Recuerdo el día en que me confidenciaba esta decisión, seguía así las huellas de tantos cristianos entre los que resalta el hermano Rafael Arnaiz de la Trapa de Dueñas (Palencia). Es un lema por otra parte de hondo sabor teresiano: “Sólo Dios basta”. Unas palabras suyas nos muestran esta idea:
«Tuve siempre la impresión de que Dios no es conquistable, sino fuerza inundatoria, potencia que hasta nosotros llega en sobreabundancia de donación. La aceptación de Dios por nuestra parte es lo único que nos queda por hacer. Es un aceptar consistente en la clara experiencia de su acción en nosotros. Esa acción era siempre don.»
Sintió verdadera pasión por la verdad, por su difusión. Escribió un catecismo de su puño y letra, entresacando de aquí y de allá, para enseñar la Palabra de Dios. Se iba pertrechando, aprendiendo y también mejorando su carácter: atención a la persona, capacidad de escucha y aceptación, ponerse en situación, uno a uno…
En este esfuerzo personal, también cultivó el amor al propio carisma: cercanía al P. Tomás Morales y a Abelardo de Armas, director del Instituto Cruzados de Santa María y cofundador; querer asimilar un estilo, querer aunar esfuerzos, trazar un camino en la colaboración laico-sacerdote. «Tengo grandes deseos de ser sacerdote, un cruzado-sacerdote, formando parte de ese binomio difícil y maravilloso» (carta 14 mayo 1977), escribe tras participar en una ordenación sacerdotal en el monasterio de Leyre, Navarra.
Ya en Burgos colabora en la revista Hágase Estar escribiendo diversos artículos: crónica del viaje del Papa a España y presentación del año jubilar de la Redención, semblanzas sobre san Francisco, san Juan de la Cruz y tres sobre santo Tomás de Aquino, como discípulo, maestro y santo. Participó en iniciativas de la diócesis de Burgos, junto a un equipo de profesionales, dando conferencias. El esfuerzo de síntesis que le supone esta tarea de escribir y dar conferencias se invierte también en escribir lo que él llamará su “camino espiritual”. Lo hace recurriendo al género epistolar para expresar sus sentimientos al estilo de la obra que por entonces era de lectura habitual entre nosotros: “Ilustrísimos señores” del cardenal Albino Lucciani elegido Papa: Juan Pablo I; también el P. Morales en su obra Epacta, publicada en 1980, recordaba la carta que escribió san Estanislao de Kostka a la Virgen.[3]
La visita pastoral del papa Juan Pablo II a España la vivimos con especial intensidad. En estrecha colaboración con la diócesis se organizaron concursos relativos al Papa para los colegios, pasacalles con canciones alusivas al papa,… Participamos en varios encuentros, recuerdo especialmente el de los jóvenes en el estadio Bernabéu de Madrid y en Valencia donde se ordenaba algún compañero de la Facultad de Burgos. Eduardo se empeñó en sintetizar el mensaje que el Papa dejaba a la Iglesia de España.
En sintonía con el Instituto vivió una vinculación estrecha con las ordenes contemplativas: benedictinos, carmelitas, clarisas, especialmente. El monasterio de Leyre fue un remanso de paz y espiritualidad durante los años pasados en Pamplona. Más tarde conocerá en un hospital de Madrid, donde estaba ingresada una de ellas, a las clarisas de Lerma (Burgos) con las que tendrá una gran amistad. Cómo no citar a la madre Carmen del Carmelo de Duruelo (Ávila) de la que aprendió a saber aceptar, rasgo esencial de su itinerario espiritual. Los días de convalecencia en el hospital Puerta de Hierro le acompaña una imagen de la Virgen regalada por las carmelitas de Zarauz. Y así se podrían seguir citando referencias a la vida contemplativa.
Su enfermedad y su muerte
Verano de 1983: experimenta un especial cansancio durante una marcha por la sierra; tras unos análisis médicos, le diagnostican leucemia. Comprende que su ofrecimiento del año 1981 ha sido aceptado. Así se lo comunica durante un retiro, en noviembre de ese año, a los miembros de su Instituto Secular: habla de la humildad de Jesucristo, de la cruz, de la necesidad de aceptar y corresponder al amor de Dios, abre su corazón ante sus hermanos en vocación exhortando a tender a la santidad sin cansarse.
Desea poderse ordenar sacerdote anticipadamente y todo se acelera. Tras comunicarse con D. Ángel Suquía, arzobispo de Madrid, inicia la preparación inmediata a su ordenación. Se tramita la petición de dispensa de estudios a Roma. Recibe los ministerios de lector y acólito en diciembre. En marzo de 1984, el dieciocho, es ordenado diácono en Burgos. Juan Pablo II en unión con los obispos del mundo consagra el mundo al Inmaculado Corazón de María el veinticinco de ese mes frente a la imagen que se venera en la «Capelinha» de Fátima, cumple así la petición de la Virgen por medio de Lucia; ese mismo día, en la catedral de San Isidro de Madrid, Eduardo es ordenado sacerdote, la coincidencia es para Eduardo todo un mensaje del cielo.
1984 será el año en que el Papa profundiza en su Magisterio en el sentido apostólico y misionero del sufrimiento humano[4]; Eduardo sintonizará plenamente con él, intelectual y vitalmente. Juan Pablo II confesará que era necesario introducir a la Iglesia en el nuevo Milenio, como le dijo el cardenal Wyszynski, añadiendo también el evangelio del sufrimiento con su testimonio personal[5].
El desarrollo de la leucemia es de un progresivo empeoramiento con una vida cada vez más limitada, es por eso que el equipo médico le aconseje una arriesgada operación: trasplante de médula. Eduardo hace que le repitan los detalles del proceso que supone y los asume con temor y confianza. El 18 de junio, día de su cumpleaños, es operado con éxito. En esta operación el riesgo está en el periodo postoperatorio pues al quedarse sin defensas corre el riesgo de cualquier complicación. En noviembre se ve afectado por una neumonía y por sus bajas defensas, el día veintitrés, después de días dolorosos de progresivo agravamiento, “pasa de este mundo al Padre”.
El P. Tomás Morales en la homilía de exequias, con su característica humildad, comentando la palabra de Dios: «alcanzó en breve la perfección, llenó largos años» (Sab 4, 13), se quejaba de las preferencias de Dios que permite que los mejores vivan pocos años entre nosotros[6]. El llevaba ya largo tiempo de trabajo apostólico, primero en la universidad y después había celebrado sus bodas de oro en la vida consagrada y más de cuarenta años de su ordenación sacerdotal y estaría diez años más cumpliendo su misión en el destierro, añorando la Patria, mientras un hijo suyo se le adelantaba.
Descansan sus restos en el cementerio de Carabanchel. Fue un domingo de Cristo Rey del Universo cuando nos dejó físicamente. Jesucristo, que recapitula todas las cosas en si mismo nos lleva como al P. Eduardo hacia Él. Ese día, final del año litúrgico, nos habla de meta y consumación. La vocación en un instituto secular queda muy bien expresada en el misterio de Cristo recapitulador. Cada año hemos recordado el tránsito del único cruzado de Santa María que “nos ha precedido con el signo de la fe y duerme ya el sueño de la paz”.
Que la Señora nos comunique el amor ardiente que puso en el corazón del P. Eduardo.
José Ángel Madrid, Pbro.
[1] Cf. Javier Laforet, P. Eduardo Laforet: AA. VV., Por sus frutos, Encuentro, Madrid 1998, p 13-62. Esta breve semblanza está inspirada principalmente en esta obra.
[2] Tomás Morales SJ, Laicos en marcha, Madrid 19843, p 256 ss.
[3] P. Tomás Morales, Epacta, Madrid 1980, p 12.
[4] Carta Apostólica Salvifici doloris publicada en la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, el día 11 de febrero de 1984. Mensaje para el día del DOMUND publicado el 10 de junio, domingo de Pentecostés; el once ingresará Eduardo en el hospital para el trasplante de médula.
[5] El mismo Papa Wojtyla confesó en 1984, tras haber sido internado en el Hospital Gemelli de Roma: «El cardenal Wyszynski a inicio de mi pontificado me dijo: «Si el Señor te ha llamado, tú tienes que introducir la Iglesia en el tercer milenio»». «Comprendí entonces -añadió el Santo Padre-, que tengo que introducir la Iglesia de Cristo en este Tercer Milenio con la oración, con diferentes iniciativas. Pero me di cuenta de que esto no es suficiente. Había que introducirla con el sufrimiento, con el atentado. El Papa tenía que ser agredido, tenía que sufrir para que toda familia, para que el mundo vea que hay un Evangelio por decir así superior, el Evangelio del sufrimiento».
[6] Ya a los comienzos de su apostolado como jesuita, un joven trabajador del naciente Hogar del Empleado ofrecía también su vida por la juventud de Madrid como dejó plasmado en su obra: Retazos de una vida ejemplar, Jesús Palero (1924-1950), Valladolid 1970.