Publicado en la revista Hágase Estar nº 50, febrero 1983.
¡Gracias, Santo Padre! son las palabras que siguen naciendo en nuestro corazón cada vez que recordamos el viaje apostólico de Juan Pablo 11 a nuestra patria. Hubiésemos querido que se quedara para siempre con nosotros, porque nos ha ganado el corazón» En realidad, se ha quedado intencionalmente. «¡Hasta siempre, España! ¡Hasta siempre, tierra de María!», nos dijo al despedirse. Ahora lo importante es que nosotros estemos también muy unidos a él en espíritu. Para ello nada mejor que recordar lo que nos dijo y ponerlo por obra.
«De inmediato os digo que lo primero que el Papa y la Iglesia esperan de vosotros es que, frente a vuestra propia existencia, frente a la misma
Iglesia, frente a la problemática humana actual, adoptéis actitudes verdaderamente cristianas». Estas actitudes las resumió así: «El hijo de la Iglesia ha de vivir la convicción de que ha de ser cristiano de la fidelidad a Cristo, para ser cristiano de la coherencia en el amor al hombre». Veamos cómo el mismo Papa explica esto entresacando algunas frases de distintos discursos.
Fidelidad a Cristo y a su Iglesia
La primera «actitud verdaderamente cristiana es la fidelidad a Cristo. ¿Qué significa esta fidelidad? ¿Qué exige?» «Ser fieles a Cristo es proclamarlo como Señor resucitado presente en la Iglesia y en el mundo, centro de la creación y de la historia, razón de ser de nuestra propia existencia. Ser fiel a Cristo es amarlo con toda el alma y con todo el corazón, de forma que ese amor sea la norma y el motor de todas nuestras acciones». «La fidelidad tiene un carácter dialogal, interpersonal, esponsalicio y comprometido. Significa una mutua donación, una amistad profunda, una confianza plena, un compromiso permanente».
Cristo es un «amigo que no defrauda, que ofrece una experiencia de amistad… haced la experiencia de esta amistad con Jesús. Vividla en la oración con Él, en su doctrina, en la enseñanza de la Iglesia, que os la propone». «Es la oración, especialmente litúrgica, donde se aprende el misterio de la fidelidad de Cristo y a Cristo». «Orad con alegría y plena convicción, no sólo por deber o costumbre. Que vuestra oración sea la expresión concreta de vuestro amor a Cristo».
La fidelidad a Cristo exige «una honda piedad eucarística». «Esta os acercará cada vez más al Señor. Y os pedirá el oportuno recurso a la confesión sacramental, que lleva a la Eucaristía, como la Eucaristía lleva a la confesión», «El encuentro eucarístico es, en efecto, un encuentro de amor, Por eso, resulta imprescindible acercarse a Él con devoción y purificados de todo pecado grave». «Esa piedad eucarística ha de centrarse ante todo en la celebración de la Cena del Señor, que perpetúa su amor, inmolado en la cruz. Pero tiene una lógica prolongación en la adoración a Cristo en este divino Sacramento, en la visita al Santísimo, en la oración ante el Sagrario, además de los otros ejercicios de devoción personales y colectivos, privados y públicos, que habéis practicado durante siglos».
«La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este Sacramento de Amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca vuestra adoración».
«Todo eso os invita a ser fieles a la Iglesia, penetrando y amando su “misterio”. La Iglesia no es una realidad meramente humana, sino el Pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu Santo, el “sacramento universal de salvación ”, La fidelidad a Cristo se prolonga así en fidelidad a la Iglesia, en la que Cristo vive, se hace presente, se acerca a todos los hermanos y se comunica al mundo». «La fidelidad a la Iglesia equivale a aceptarla en toda su integridad carismática o institucional, como “misterio” o expresión de amor de Dios, que cautiva el corazón de los amigos de Cristo. La Iglesia peregrina está constituida por signos pobres que pueden producir escándalo en los hombres de poca fe, pero para todo buen cristiano, lo importante es descubrir en ella a Cristo resucitado, que está presente y actúa a través de estos signos eclesiales». «¡Sois Iglesia!» «De ahí la necesidad de una comunión sin fisuras con la vida de la Iglesia, de una vida nutrida en las fuentes de los sacramentos, de una obediencia impregnada de amor y responsabilidad hacía los pastores de la Iglesia». «Acoged a Cristo con ánimo abierto. Acoged a Cristo en su Iglesia, que es su presencia permanente en la historia». Porque «Cristo más la Iglesia, no es más que Cristo sólo» (Sto. Tomás de Aquino).
Coherencia en el amor al hombre
La segunda «actitud verdaderamente cristiana» es la del amor y el servicio al hombre. «El hijo de la Iglesia ha de vivir la convicción de que ha de ser cristiano de la fidelidad a Cristo, para ser cristiano de la coherencia en el amor al hombre, en la defensa de sus derechos, en el compromiso por la justicia, en la solidaridad con cuantos buscan la verdad y elevación del hombre». «Porque la autenticidad de nuestra unión con Jesús sacramentado ha de traducirse en nuestro amor verdadero a todos los hombres, empezando por quienes están más próximos. Había de notarse en el modo de tratar a la propia familia, compañeros y vecinos; en el empeño de vivir en paz con todos; en la prontitud para reconciliarse y perdonar cuando sea necesario». «Amor de Dios y amor del prójimo, unidos indisolublemente, son la raíz sobrenatural de la caridad, que es el Amor de Dios, y la manifestación concreta del amor del prójimo, esa “más cierta señal” de que amamos a Dios».
Tenemos que tener «la visión del hombre como objeto del amor divino, como imagen de Dios, con destino eterno, como ser redimido por Cristo, como hijo del mismo Padre del Cielo. Por ello, no como antagonista, no como adversario, sino como «hermano». «¡Cuántas fuerzas del mal, de desunión, de muerte e insolidaridad se vencerían sí esa visión del hombre, no lobo para el hombre, sino hermano, se implantara eficazmente en las relaciones entre personas, grupos sociales, razas, religiones y naciones!»
«El tiempo en que vivimos exige con urgencia que en la convivencia humana, nacional e internacional, cada persona y grupo superen sus posiciones inamovibles y los puntos de vista unilaterales que tienden a hacer más difícil el diálogo e ineficaz el esfuerzo de colaboración». «Está en juego el servido del hombre, que hay que defender en su identidad, su dignidad y grandeza moral, porque es una “res sacra”, como bien dijo Séneca». «EL mismo Evangelio nos apremia a compartir toda situación y condición del hombre con un amor apasionado por todo lo que concierne a su dignidad y sus derechos, fundados en su condición de criatura de Dios, “hecho a su imagen y semejanza”, partícipe por la gracia de Cristo de la filiación divina».
«Hago ahora mías las palabras del apóstol; no hagáis nada por espíritu de rivalidad o por vanagloria, sino que cada uno de vosotros, con toda humildad, considere a los demás superiores a sí mismo. Que no busque cada uno solamente su interés, sino también el de los demás». «Que Dios os ayude a interesaros por el bien de todo hombre, vuestro hermano».
Conclusión
En conclusión, «el amor a Dios y al prójimo es el distintivo del cristiano; es el precepto “antiguo” y “nuevo” que caracteriza la revelación de Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento». «Para vivir con esta actitud cristiana, el hijo de la Iglesia, que siente la propia debilidad y pecado, necesita un constante empeño de conversión». «Pero no hay que asustarse. La gracia de Cristo y sus sacramentos están a nuestra disposición». «¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo!» «Mirad adelante, no queráis nada sin Dios y mantened la esperanza». «Sea éste vuestro camino; con Cristo, nuestra esperanza, nuestra Pascua. Y acompañados siempre por la Madre común, la Virgen María. Así sea».
Eduardo Laforet