«En estos momentos pido luz al Espíritu Santo para que me inspire las palabras que he de deciros en este día singular. Es la primera vez que puedo hablaros a toda la Cruzada-Milicia después de mi ordenación sacerdotal, y en esta hora convergen numerosas providencias que vosotros mismos podéis descubrir. Por eso quiero aprovechar la ocasión para abriros mi corazón, como lo hizo el Maestro en la Última Cena, y dejarlo abierto, como se lo dejaron a Él en la Cruz. Mi deseo es dejaros un mensaje que, por la misericordia de Dios, no sé si es programático o mi testamento.
Hoy celebramos el día de nuestro nacimiento. Quizá estas palabras os sorprendan, pero tenemos una doble razón para afirmarlo. En primer lugar hoy nace la Iglesia del costado de Cristo. De su corazón abierto manan la sangre y el agua, símbolo de los sacramentos, y así como de Adán Dios tomó una costilla para hacer a Eva, del costado de Cristo creó Dios la Iglesia. De la Iglesia formamos parte nosotros personalmente y también como institución apostólica; por eso hoy es el día de nuestro nacimiento. En segundo lugar porque Jesús nos entrega a su Madre desde la Cruz. “Hijo, ahí tienes a tu Madre.” La Cruzada-Milicia no es sino la realización directa de este misterio de la maternidad universal de María; un fruto de la generosidad de Jesús entregando a Aquella que le engendró y que, por su misericordia, nos engendra también a nosotros.
Hoy celebramos el día de nuestro nacimiento. Este hecho ha de señalar para siempre cuál debe ser nuestro estilo peculiar: en la Iglesia y para el mundo. Debemos identificarnos, como retoños que somos del Calvario, con la GRAN ORACIÓN y el GRAN SACRIFICIO de Cristo en la Cruz por la conversión de los pecadores. Así nos lo ha recordado nuestra Madre en los tiempos presentes: “¿Queréis ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores?”, es decir, ¿queréis cumplir con vuestras obligaciones personales cuidando los detalles más pequeños y diciendo: “Jesús, es por tu amor y por la conversión de los pecadores”? Y aún más, ¿queréis soportar todos los sufrimientos que el Señor quiera enviaros, como reparación a Dios, como súplica por la conversión de los pecadores y por el Santo Padre? Es decir, ¿queréis perseverar en medio de vuestra pequeñez y de vuestra miseria sin desalentaros nunca, sino empezando cada día y alegrándoos en vuestra debilidad?
En definitiva, queridos hermanos, se nos pide vivir la Redención siendo víctimas pequeñitas en medio del mundo. Se nos pide aceptarlo todo sonriendo, dejarse amar por Dios para la salvación de los hombres.
Yo, por mi parte, no deseo otra cosa sino permanecer en el momento presente junto a la Cruz del Señor, con Su Madre llorando los pecados del mundo.
“¡Oh Madre, fuente de amor!
Hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en Él que conmigo.”
Sólo quiero decir: Padre, HÁGASE en mí según tu palabra, y ESTAR hasta el fin al pie de la Cruz. Dios es mi Padre y en sus manos encomiendo mi espíritu.»
P. Eduardo Laforet