Publicado en la revista Hágase Estar, nº48 de octubre de 1982
La figura de Francisco de Asís nos evoca en seguida la imagen del santo de los animales, de las florecillas, de la naturaleza. En efecto, en él resalta una especial comunión, con todo lo creado. Es el santo del amor tierno y sentido por todo lo insignificante de la obra de Dios, Francisco amó «todo lo que en las criaturas hay digno de ser amado» y «se derramó sin medida sobre las piedras, los animalillos, las plantas, las puestas de sol, los hombres». Ahora bien, corremos el peligro de interpretar mal esta actitud del santo si la desligamos de su contexto. No podernos olvidar que el amor de san Francisco de Asís por todas las criaturas, expresado por él de forma tan original, nace de su profunda experiencia evangélica y expresa de algún modo la actitud fundamental del cristiano ante las realidades terrenas.
Siguiendo a Cristo pobre y crucificado
La mera espiritual de san Francisco es aquella predicada por toda la tradición cristiana y que él recibió de la Iglesia de su tiempo: La unión con Dios Uno y Trino revelado por el Verbo encarnado, Hijo de Santa María Virgen. Él mismo nos confiesa con insistencia que solamente Cristo le ha guiado en su peregrinar espiritual. Dios mismo, por su misericordia, le había revelado que debía vivir según la forma del santo Evangelio, esto es, seguir a «Cristo pobre y crucificado».
Jesucristo, por la Encarnación, vive inmerso en el conjunto de la obra creadora del Padre, en íntima comunión con ella. Nos enseña con su ejemplo y su palabra a llegar al conocimiento y trato con Dios por medio de las criaturas: «Fijaos en los pájaros del cielo, que ni siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, pero vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?» (Mt 6,26),
Toda la enseñanza de Jesucristo está cargada de imágenes de las cosas más sencillas y cotidianas. La semilla esparcida por el labrador, la luz del candil, la dracma perdida, la red del pescador, el pastor y sus ovejas, la cizaña, la perla de gran valor, los niños, la levadura, la higuera,… le sirven para hablar al corazón del hombre de lo que Dios es y hace.
Muchas veces dice: «el Reino de los Cielos se parece a…» para significarnos que el Reino no se ha de buscar detrás de las nubes o en un trans-mundo, puesto que ha llegado a nosotros, está en el corazón de la existencia más cotidiana, siendo el medio más seguro para entrar en él mantenemos junto a las cosas más simples.
Jesucristo, utiliza la naturaleza como medio de comunicación sobrenatural. «Asocia misteriosamente las cosas materiales y sus imágenes a la vida sobrenatural que vino a traer. Las convierte en instrumentos de la divinización del hombre». Así hace en toda la economía sacramental. El agua, el aceite, el pan, el vino…, en virtud de su poder, son desde entonces fuentes de grada. Sólo en comunión con las cosas materiales, el hombre entra en contacto íntimo con Dios: «Jesús respondió: de verdad te aseguro: si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios». (Jn 3,5).
Pobreza y amor
Así, por la contemplación del Verbo Encamado, Francisco comprende que el hombre está llamado a «deificarse», pero aceptando plenamente su condición. No trata de huir del mundo y de las criaturas, sino de compartir con ellas la existencia como Cristo mismo lo hizo. Belén y el Calvario serán los temas fundamentales de su meditación y los pilares de su espiritualidad. Aquí contempla el misterio del anonadamiento del Verbo, de la «humildad» de Dios, que ha querido «hacerse hermano nuestro», y compartir en plenitud nuestra existencia.
La pobreza franciscana no será sino la expresión de un desasimiento más radical: de aquella «pobreza de espíritu» que pide Jesucristo en el Evangelio (Mt 5,3). Esta pobreza significa un desprendimiento de todo querer particular y de todo afán de dominio para abrirse de par en par a Dios y a sus designios de salvación. Francisco reconoce que «ha llegado desnudo al mundo» y quiere permanecer así, dependiendo totalmente de la solicitud amorosa del Padre de los Cielos (Cfr. Mt 6,19-34). La pobreza es el medio para llegar a una aceptación total del don de Dios, que se ofrece en todas las cosas.
La andadura de Francisco es, por tanto, una andadura de amor; de comunión ferviente, cordial, espontánea con todas las criaturas, y a través de ellas, con el Autor de las criaturas. Es un caminar constante en el amor a todo aquello que amó y a lo que se unió «Jesucristo pobre y crucificado», incluidos el dolor y la muerte.
De las criaturas al Creador
Ahora podernos entender mejor la profunda simpatía del santo por todas las criaturas irracionales. Gracias a su exquisita sensibilidad y a su alma de poeta pudo expresar de modo tan atractivo y original aquella verdad de la Encarnación y «recuperar para la espiritualidad cristiana las maravillosas páginas del Génesis que revelan la Creación». En acritud de pobreza y desprendimiento, Francisco se une a la obra de Dios, observa atentamente la creación, escucha sus voces misteriosas, y escruta el mudo lenguaje de las cosas. Estas le hablan de Dios y le hablan de Cristo, que ha compartido su existencia y se ha llamado a sí mismo vid, luz, Cordero, piedra… «Admiraba en los seres hermosos la belleza infinita del Hacedor; y por los vestigios impresos en las cosas, encontraba doquiera a su Amado, formándose de todos los seres una escala misteriosa, por la que subía hasta aquél que, en expresión de los Cantares, es amable y dulce a la vez». Para Francisco de Asís «en Cristo toda criatura lleva significación del Altísimo».
Eduardo Laforet